Hoy es un cumpleaños raro, en tierra rara, con gente rara. Mi primer cumple en tierras rusas. Y es que este lugar del mundo es raro, palabra que me repito hasta la saciedad, pero es así, raro.
El primer día nos quedamos sin cenar porque nos invitaron a una cena a la cual no estábamos invitados, y de vuelta al hotel tampoco hubo cena. Algunos cenaron porque se colaron como mendigos hambrientos a robar cualquier cosa, las sobras, algunas rebanadas de pan negro empepitadas de fiambre, una fruta tal vez, medio tomate o algunos plátanos. Hubo cuatrocientos más que, igualmente invitados, tampoco cenaron. Los más hambrientos casi llegaron a las manos y se devoran al mensajero (el intérprete). Al final llenamos el estómago con cervezas y unas galletas escondidas en la maleta. Los más listos, procedentes de Korea, sin perder la sonrisa, en un alarde de eficiencia gastronómica optaron por salir a la caza del MacDonald de turno; una hora más tarde, y con una sonrisa de oreja a oreja, llegaron cargaditos de bolsas repletas de guarreridas varias. Ellos se autoinvitaron, o sabían ruso.
Al día siguiente no fuimos invitados a desayunar y desayunamos.
Hoy, que sigue siendo el cumple, dejaré que me inviten, pero no en ruso.
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